Prosiguen los artículos destinados a diseccionar de modo breve y conciso el conjunto de ideas que conforman la filosofía del decrecimiento. Una de las razones centrales del discurso decrecentista es, sin lugar a dudas, los límites físicos del planeta. Éstos son ignorados cuando la economía así lo demanda llevándonos, sin remedio, a un callejón sin salida. Para que esto cambie será irrenunciable la modificación, en su caso desaparición, de un número concreto de sectores.
El planeta Tierra es finito. Esto quiere decir que no puede expandirse o contraerse a nuestra voluntad ni que se contrae o expande debido a leyes físicas descriptibles. No se puede crecer –económicamente- en un entorno de esas características. La Tierra es una habitación como una cualquiera de las dependencias de uno cualquiera de nuestros apartamentos. De ella, de la habitación, extraemos recursos naturales de manera constante e irracional –la única lógica que se aplica es la de la lógica desenfrenada productivista-. Lo hemos hecho durante siglos pero desde la Revolución Industrial, el auge de la sociedad consumista y la explosión del crecimiento demográfico, esa extracción de recursos se ha acelerado peligrosamente. Así que se ha reducido el tiempo que tenemos para reaccionar y cada día en que la reacción no se produce, el tiempo es, en proporción, menor. ¿Por qué? Pues porque el día que el último recurso salga de la habitación nuestra civilización colapsará sin remedio –habrá colapsado mucho antes debido al incremento de los precios por la escasez de la oferta-. Todo ello siempre y cuando la contaminación asociada a la explotación de los recursos naturales, su uso posterior y la consecuente generación de residuos, no hayan terminado ya con la vida en el planeta tal y como es conocida.
La huella ecológica, en otro estado de cosas, mide la superficie de planeta, tanto terrestre como marítima, necesaria para generar los recursos naturales precisos por la actividad económica, así como para la asimilación de los residuos que ésta provoca. Ciertos estilos de vida –el estadounidense o el europeo- han excedido ya, en mucho, los límites del planeta. Otros, como el propio de los habitantes de Burkina Faso o de Haití, se encuentran bastante alejados de suponer una amenaza para la vida en el planeta, de nuevo, tal y como es conocida. En la actualidad, a escala global, necesitaríamos otro medio planeta como el nuestro para mantener nuestra economía indefinidamente. Para el año 2030 la cifra se habrá elevado hasta los dos planetas. Según este indicador, serían necesarios más de siete planetas como el nuestro para sostener nuestro modelo de vida si éste fuera similar al de un estadounidense y alrededor de cuatro si lo fuera al de un europeo. Por tanto, la situación es insostenible y debe cambiar. El decrecimiento propone que la huella ecológica por persona del norte global se ajuste a la superficie disponible del planeta, gracias a una reducción drástica de su consumo de recursos. Así, la propia de los países pobres podría aumentar y dotar a sus habitantes de niveles de vida similares a los de ese nuevo norte decrecido.
En todo caso, no reducir los insumos materiales de la sociedad no evitará que la vida prosiga. Momentos en la historia geológica del planeta azul han tenido condiciones bastante más hostiles que las actuales. La vida no va a desaparecer por la irresponsabilidad de la especie humana –de una parte de ella-. No obstante, sí que lo hará el ser humano y muchas de las especies que han compartido, con éste y durante miles de años, este viaje.
A día de hoy es complicado extender los planteamientos que anuncian haber superado con creces los límites del planeta. También el hecho de que lo que todavía nos genera cierto margen de maniobra son las diferencias norte-sur en el aspecto económico. La población de la Tierra ha superado los seis mil millones de personas, de los cuales, aproximadamente el ochenta por ciento apenas tiene acceso a los recursos naturales teniendo que asumir una vida dura de privaciones y dificultades asociadas a la pobreza –aunque este sería un concepto necesitado de revisión-. Si ya con un ochenta por ciento de la población mundial viviendo en condiciones indignas la supervivencia de nuestras sociedades y compañeros de viaje peligra, difícil es predecir qué sucederá en los próximos años cuando la población supere los diez mil millones de personas. Cifra en la que parece que puede estabilizarse en torno al año 2050. Es difícil difundir la preocupación por el futuro de la especie humana a día de hoy, sin embargo los acontecimientos se desencadenarán de tal forma, que es muy probable que los planteamientos que aquí se defienden terminen imponiéndose sin remedio. En todo caso, a mediados del siglo XXI tendremos un pastel menor a repartir entre un número mucho mayor de comensales con lo que, sin duda, las porciones serán más pequeñas.
Parece obvio que las circunstancias nos van a obligar a apretarnos el cinturón. Al menos en el aspecto material de la cuestión. No obstante, es necesario aquí aclarar un aspecto que para el gran público no queda nunca demasiado claro o que no es inmediato en su valoración. Éste es el de aquella cuota de recursos naturales que es consumido indirectamente por los ciudadanos y sobre la que sería prioritario actuar a la hora de plantear una sociedad decrecentista. Así, deberá reducirse sustancialmente –si procede clausurarse- la actividad de los sectores de la fabricación de automóviles, de la aviación, el militar –lo que resulta obvio-, el de la construcción, el de la publicidad o el de calidad y fabricación.
El sector del automóvil consume importantes cantidades de acero y otros metales, así como de plásticos y de energía. También precisa de la construcción de infraestructuras que ocasionan un gran impacto ambiental sobre el territorio –entre otras cosas, lo fragmentan- y que demandan una cantidad muy importante de energía y recursos para su mantenimiento. Por otro lado, los automóviles son responsables de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero antropogénico.
Si bien el sector de la aviación no tiene una incidencia muy acusada en lo que a las emisiones de gases de efecto invernadero, en comparación con el sector de la producción de electricidad o con el del transporte, si ha incrementado mucho su cuota en los últimos años gracias a la aparición de las compañías de bajo coste que han “democratizado” los viajes en avión. Lo que es desconocido es que los aviones, debido a su altura de vuelo, emiten los gases en lugares en que su nocividad es mayor. A esto cabría unir los materiales precisos y la energía invertida en la fabricación de los ingenios aéreos. En definitiva, los viajes en avión deberían reducirse sustancialmente.
No es necesario entrar a valorar la industria militar o el sector de la construcción por lo evidente de su finalidad o de los problemas que generan. En cuanto al de la publicidad, es imprescindible que desaparezca un sector cuyo cometido es la creación de necesidades inexistentes para promover el consumo de nuevos productos cuyo cometido único es seguir haciendo que gire la rueda de la economía e incrementar los indicadores asociados al crecimiento.
Sería preciso igualmente modificar el sector de calidad y fabricación de manera que su cometido sea el de la producción de bienes necesarios durables. Así debería desaparecer el concepto de obsolescencia programada que busca que un artículo dure el tiempo imprescindible para no dejar insatisfecho al usuario y que éste repita su compra tantas veces como sea posible, aumentando el volumen de beneficio neto de la empresa comercializadora y llenando, a cambio, de residuos el espacio común y consumiendo, en la fabricación, importantes cantidades de energía y recursos naturales. Lo ilógico del modelo imperante ocasiona que sea necesario producir una nueva lavadora por la rotura de uno de sus componentes.
Por supuesto que la reordenación de la economía traerá dificultades y que mover a trabajadores cualificados entre sectores no será sencillo. Pero a diferencia del capitalismo, que deja sin trabajo a miles de personas cuando las circunstancias del mercado así le obligan -éstas suelen tener siempre que ver con el mantenimiento de los beneficios- la transición al decrecimiento será un proceso temporal que perseguirá beneficiar a la sociedad , tanto individuo por individuo, como en su conjunto.
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