Escribe un buen amigo al que admiro por muchas cosas, medio en serio medio en broma, que quizás habría que felicitar a los controladores aéreos por su reciente contribución a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, gracias a su bloqueo del espacio aéreo español durante el pasado puente.
La ocurrencia, aunque pueda herir la sensibilidad, a flor de piel, de aquellos que sufrieron las cancelaciones y retrasos en los vuelos programados para esos días, no deja de mostrar una parte importante de las miserias del sector aéreo. Las cuales, por supuesto, son desconocidas, o ignoradas, por sus usuarios y, como no podía ser de otra forma, fueron omitidas en las declaraciones públicas y noticias publicadas por los medios de comunicación de masas durante aquellos días.
En España no hay apenas aeropuertos rentables. Del total de los 48 que gestiona AENA, tan sólo 3 de ellos lo son. Con lo sucedido durante el plante, una parte importante de la población considera que el motivo de las pérdidas es el desorbitado sueldo de los controladores. Sin embargo, al mismo tiempo, uno puede entrar en la red y comprar un billete de avión por un precio irrisorio que, por supuesto, y a la luz de los datos, no contribuye en absoluto a cubrir los costes de las instalaciones aeroportuarias. Así que, la desorbitada cantidad de ciudadanos que fueron afectados por el paro, que muy probablemente habrían adquirido sus billetes de este modo, han podido pagar sus respectivos paquetes de viaje gracias al dinero público.
Por otro lado, si bien en el computo total de emisiones de gases de efecto invernadero, el sector aéreo no supone un contribuyente tan importante como el de producción de energía eléctrica o el de transporte por carretera, sí que es uno de los que más han aumentado en los últimos años –con la crisis actual el número de vuelos se ha reducido-, no siendo su contribución despreciable. Además, los aviones emiten sus nocivos gases a alturas estratosféricas, siendo su efecto sobre la atmósfera sensiblemente más perjudicial que en la capa más cercana a la superficie terrestre.
De los dos párrafos anteriores se pueden extraer las siguientes conclusiones. La aparición de las compañías aéreas de bajo coste y su posterior crecimiento han permitido que un número importante de personas puedan permitirse volar repetidas veces a lo largo del año sin cubrir los costes que estos desplazamientos generan. A esto cabe unir el hecho de que han contribuido al cambio climático de naturaleza antropogénica sin que el deterioro ambiental que los vuelos provocan se haya incluido en el precio de los billetes. La subsanación del mismo, como el mantenimiento de los aeropuertos, deberá costearse con dinero público.
La solución para la crisis generada por la actitud de los controladores va a ser la privatización parcial de AENA –con el tiempo seguro es total- y la reducción de los salarios de éstos. De esa manera, es muy posible que ciertas pérdidas se consigan mitigar, pero la problemática medioambiental, asociada al precio de los billetes de avión, seguro va a agravarse.
Obviamente, cuando el Gobierno español ha tachado de privilegiados a los controladores aéreos, ignorando la naturaleza de su función o la de las reformas impuestas por decreto contra ellos y sus reivindicaciones, no se ha detenido a pensar en todas las prebendas de los usuarios del transporte aéreo que, en absoluto, abonan el coste total de sus vuelos. Tampoco en las consecuencias de que el precio de estos se mantenga dentro de los márgenes en que ahora se mantienen.
Así que, sin entrar a valorar la naturaleza sindical de la contienda que enfrenta al Gobierno con aquellos que asumen la responsabilidad, sencilla y al alcance de cualquier ciudadano, de gestionar el espacio aéreo español, en términos decrecentistas nos vemos en la obligación de exponer diversas ideas como modos de solventar los problemas, previamente enunciados, relativos al sector aéreo.
En primer lugar, contemplar la autocontención a la hora de viajar, partiendo de la idea de que el viaje es siempre interior y de que existen un sinfín de opciones a la hora de programar un viaje que no incluyen hacer uso del transporte por avión.
A la hora de programar ese viaje, es preciso valorar cuántos días tenemos para realizarlo y si nos merece la pena emplear tanto tiempo en nuestro itinerario. Entre otras cosas, porque hay formas de viajar en las que el propio desplazamiento es ya una parte del viaje –el cicloturismo de alforja o el turismo ferroviario, por ejemplo-.
Por otro lado, es imprescindible comprender que debemos mantenernos siempre por debajo de la capacidad de carga del planeta y planear nuestros viajes en función de ello. Si hemos viajado en avión a Roma, no resulta sostenible ni ético viajar ese mismo año a Nueva York, Punta Cana y Praga. También tenemos que tener en cuenta nuestros desplazamientos diarios y asuntos similares. Hay muchas páginas en internet que nos facilitan actuar de esta forma.
Por último, es conveniente que nos hagamos las siguientes preguntas: ¿si no conozco Toledo, tiene algún sentido que visite Estambul? ¿Voy a conocer realmente un lugar, permaneciendo en él tan sólo tres o cuatro días? Abandonar la idea de que si me puedo permitir un viaje económicamente, no hay nada de malo en ello. Y, por supuesto, a la hora de consumir, hacerlo en el comercio local y en establecimientos no lujosos.
En cuanto a los controladores, sus desorbitados sueldos sugieren que sus modelos de consumos están bastante alejados de lo que sería un formato decrecentista. Así, deberían cobrar menos e, igualmente, trabajar muchas menos horas lo que abriría el sector a nuevos controladores. Esa diferencia de sueldos no se debería reflejar en el precio de los billetes, en todo caso, ni en el aumento de los beneficios de los accionistas de una hipotéticamente privatizada AENA, sino que debería contribuir a mejorar la cobertura social, el sistema educativo y el sanitario, entre otros.
En todo caso, el conflicto que hemos vivido se enmarca perfectamente dentro de la ofensiva que el modelo económico actual está protagonizando para prevalecer. La reducción del salario de los controladores, aumentando sus horas laborales, sin más consideraciones, no es sino la punta de lanza de posteriores reducciones salariales y aumentos en la jornada de trabajo de otros gremios, como el sanitario o el educativo, con el propósito de favorecer el crecimiento económico. Los decrecentistas deberemos posicionarnos, siempre, en contra de esa lógica.
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