lunes, 24 de enero de 2011

El cuento de nunca acabar

Diego
Decrecimiento Aragón

Por si no queríamos caldo, nos han terminado preparando dos tazas.  Aquí, en Aragón, no sólo nos hemos vistos sorprendidos por el aparente repunte de la energía nuclear como solución a no sé sabe muy bien qué problemas, también por la nueva línea de alta tensión que se pretende construir entre la comunidad monegrina de Peñalba y la ilerdense de Isona.  Ésta nueva infraestructura de transporte eléctrico pretende seguir una parte del trazado de la antigua Aragón-Carazil, cuyas pilonas deberían haberse ya desmontado, y ha encontrado una fuerte oposición entre los alcaldes de la Ribagorza, a pesar de que desde Monegros aplauden la idea convencidos de sus bondades para las localidades que atraviesa.

Ambas noticias responden a lo que los decrecentistas venimos denunciando desde hace ya décadas y es la obsesión por el crecimiento, revestido de preocupación por la calidad de vida de las personas., como creador de riqueza.  Sin embargo, las actuaciones van a redundar negativamente en el bienestar ambiental del planeta y, por extensión, como habitantes del mismo, en el nuestro.  Además de no solucionar, en absoluto, los problemas que pretenden solventar.  Parafraseando a Epicuro, no será nunca feliz aquel que no considere lo que tiene como la riqueza más grande.

Según pública la prensa oficial, la ampliación de la vida útil de las centrales nucleares en funcionamiento permitirá, por un lado, aumentar la competitividad de las empresas, reduciendo sus costes debidos al consumo eléctrico, y mejorar el tejido productivo y, por otro, reducir el conocido déficit tarifario.  En el tema del coste de la energía, obvia comentar que no se incluye la inversión a fondo perdido que supone el desmantelamiento de las centrales, una vez su vida útil ha terminado, y posterior tratamiento y almacenamiento de los residuos.  ¿Puede alguien hacer un cálculo del coste de almacenar esos residuos miles de años? ¿o el coste que pudiera tener un accidente?  La imposibilidad de responder a ambas cuestiones debería ser más que suficiente para abandonar la tecnología nuclear de producción de energía eléctrica.

En lo que respecta al deficit tarifario, es la diferencia que existe entre lo que pagamos por la energía y su coste real, que al haber introducido nuevas tecnologías, se ha incrementado significativamente.  Sin embargo, hay dos aspectos que no se suelen reflejar en el debate sobre este déficit tarifario.  El primero es que se debe, entre otras cosas, a la necesidad de primar las energías renovables ya que si no, los inversores no obtendrían un beneficio que les resultara atractivo.  Del mismo modo que el deterioro ambiental que ocasionan las energías convencionales es asumido por la sociedad para permitir el beneficio de los inversores –por ejemplo, la gestión y almacenamiento de los residuos nucleares-.  El segundo, que son las eléctricas las que están asumiendo esa diferencia que los ciudadanos deberemos pagar, en su momento, con intereses aumentando, por tanto, los ingresos del capital privado.

Hay algo de todo esto que resulta, cuanto menos, curioso. ¿No nos habían hecho creer que la instalación de energías renovables buscaba sustituir progresivamente las energías convencionales?  Pues quizás en otros países sea así, pero no en el nuestro.  Y aquí entra en juego la nueva línea de alta tensión anunciada en el párrafo inicial.  Apostar por la energía eólica o la fotovoltaica, como se ha hecho, no permite sustituir centrales térmicas y nucleares.  Por dos razones básicas.  La primera, de orden técnico, es que hay que asegurar un suministro constante en la red y estas energías se ven afectadas por cuestiones climáticas.  Si no hay viento ni sol, no puede haber ni energía eólica ni fotovoltaica.  La segunda es que, al no actuar sobre el consumo, al no poder evitar que las compañías eléctricas incrementen sus beneficios, año tras años¿cómo vas a sustituir unas energías por otras?  Eso podría provocar un estado estacionario, incluso un retroceso en la evolución del beneficio, que terminaría por incidir en el PIB y dificultar la estabilidad económica del país.  Debido, principalmente, a que vivimos en una sociedad del chantaje: si los mercados no observan un nítido crecimiento de sus beneficios, llevarán su dinero a otro sector y eso, a resultas, obligará al aumento del paro y a la reducción de los salarios. 

De hecho, al parecer, la nueva línea de alta tensión se ha planteado, no únicamente para dotar de servicio eléctrico al tren de alta velocidad en Lérida, también para evacuar la energía eólica para la que la actual infraestructura de transporte parece haberse quedado pequeña.  En el caso del ferrocarril demuestra que se sigue apostando por un desarrollo desequilibrado, puesto que se va a impactar de modo negativo en el medioambiente de un territorio –que nunca ha tenido ferrocarril o lo va a perder en beneficio de la alta velocidad ferroviaria- para beneficiar a otro y, en el de las energías renovables, que no han servido más que para que, con dinero público, se mantuviera el crecimiento económico indefinido e ilimitado de las compañías eléctricas.  Un beneficio que, a la larga, tiene su incidencia en el Producto Interior Bruto del país y, por tanto, en participar de la patraña de que teniendo más, sin duda, estaremos mejor.

Lo que tendrían que explicar los impulsores de ambas ideas es, por ejemplo: ¿qué va a suceder dentro de unos quince años si el consumo energético sigue su curso?  ¿Van a seguir ampliando sin límite las líneas de alta tensión con los impactos ambientales y sociales que provocan? ¿qué va a suceder cuando desaparezca otro combustible fósil como es el uranio?  Esas son las cuestiones a las que el modelo no puede hacer frente y a las que sí da respuesta el Decrecimiento.  Prolongar la vida de las centrales nucleares y promover la construcción de más infraestructuras de transporte de la electricidad no hace sino acercarnos, cada vez más, al inevitable colapso de la organización socioeconómica actual, cuyas reglas no se inscriben dentro de los límites del planeta.
 

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