De nada ha servido la crítica situación económica que atraviesa el país, tampoco los avisos permanentes que sugieren un cambio drástico de las relaciones del ser humano con un planeta al que ha enfermado y mucho menos, el hecho de que relevantes figuras técnicas y científicas se hayan posicionado en contra del proyecto; el recrecimiento del Pantano de Yesa fue aprobado ayer en el Consejo de Ministros con una dotación –que a todas luces será inicial- de 100 millones de euros.
La decisión es grave por diferentes motivos. El más importante, debido a que se continúa apostando por una economía caduca que se sostiene en el consumo irresponsable de recursos escasos, la saturación de los sumideros a los que se destinan los residuos y la destrucción del hábitat como principal método para la obtención de beneficios y la generación de crecimiento. Del mismo modo que, como puede leerse en el libro de Serge Latouche, La apuesta por el decrecimiento, hay que salvar a los cóndores, no debido a que sean necesarios, sino, por encima de todo, porque para salvarlos han de desarrollarse las cualidades humanas que son imprescindibles para que las personas puedan salvarse a sí mismas, optar por las alternativas a recrecer Yesa, conlleva recuperar un conjunto de mecanismos precisos para la supervivencia de toda la raza humana y, por ende, del conjunto de organismos que la acompañan en este viaje.
Otro de los motivos, y atendiendo a las razones que se han dado para la toma de tan negligente decisión, remite al hecho de continuar identificando el aumento del consumo y la destrucción del medio con el buen vivir y dotando a infraestructuras de este tipo de un halo de imperiosa necesidad. Según se afirma, la ampliación del embalse permitirá asegurar los regadíos de Bárdenas, contener las posibles avenidas y asegurar el suministro de agua de boca de calidad a Zaragoza. Se llega incluso a argumentar, que permitirá, igualmente, el aprovechamiento hidroeléctrico, lo que no se ha incluido ni siquiera en el proyecto.
En lo que respecta a los regadíos de Bárdenas, habría que cuestionarse si éstos están planificados en zonas en que el suelo puede quedar salinizado con facilidad, como ya ha pasado en otros territorios, si ya se han modernizado todas las parcelas en explotación y cómo van a planificarse los cultivos de aquí en adelante para que no demanden más agua de la disponible. Las respuestas a todas y cada una de estas cuestiones no se han concretado hasta la fecha ni lo serán en caso de que lo aprobado recientemente termine por llevarse a puerto.
No es de aprovechar al máximo los recursos hídricos de lo que se trata, sino de generar el mayor volumen de beneficios posible para determinados sectores con los que maquillar el desastroso balance económico de los últimos años. En el caso de modernizar los riegos y planificar qué especies y en qué cantidad de superficie iban a ser cultivadas para no superar las reservas de agua disponibles, la merma en el caudal de capital a recibir por el sector financiero y el de empresas ligadas al de la construcción sería muy significativa. El dinero preciso para la modernización es menor al necesario para la construcción de una obra de semejante envergadura y, con él, el volumen de los créditos a contratar. Del mismo modo que lo son las obras precisas. En ese sentido cabría aquí reseñar que la disminución de la capacidad del embalse, de los iniciales 1.500 hectómetros cúbicos a los 1.079 actuales obligarán a construir una segunda presa para evitar la inundación del núcleo de Sigües.
Por el contrario, construir el pantano implicará la contratación de importantes créditos al sector financiero, que van a cargarse sobre las arcas públicas, detrayéndose de otros sectores con mayor futuro, que el de la construcción, como lo son el de la educación, la sanidad o el de los cuidados. Créditos que terminarán cayendo sobre los ciudadanos de a pie, a tenor de cómo están las cosas, que deberán trabajar más horas, por salarios menores, para pagarlos. No debe olvidarse que ya se ha destinado a la obra, con este último movimiento, más de 200 millones de Euros que hubieran permitido, por ejemplo, según el informe del Consejo Económico y Social de Aragón, financiar la mitad de la reapertura de una línea de ferrocarril, de corte marcadamente decrecentista, como es la Canfranc-Olorón.
El tercero de los motivos, más sutil si cabe, es la absoluta falta de sensibilidad con las poblaciones a las que afectará el embalse. Los problemas que éste traerá consigo, y es de desear que los peores designios en lo que a deslizamiento de ladera se refiere no se cumplan, serán seguro ocultados por un indicador tan falaz como el Producto Interior Bruto.
No haber siquiera planteado el recrecimiento del Pantano de Yesa es seguro no hubiera hecho de la sociedad actual, perennemente obsesionada con el crecimiento económico, una sociedad decrecimentalista pero sí que hubiera puesto sobre la mesa un conjunto de cualidades que son necesarias para la obligada transición a esa otra forma de entender la relación con el medio y, como no, entre los seres humanos.
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